miércoles, 11 de julio de 2012

Ese otro finés




Es algo que escapa al preconcepto el ver una película finlandesa, dado que es un cine alejado de toda nuestra recepción cotidiana, por lo tanto, el verla supuso una novedad. Sin embargo, no hay nada que la aleje de lo frecuente (eso que construye). Vemos un detective que persigue una venganza, un asesino en serie con ínfulas pseudoreligiosas, una excusa (es decir, "los que caen en el meollo de la trama, los que provocan que la historia se desarrolle"), una moraleja: esquema básico, no hay dudas.
Sí me parece más interesante, por su parte,  el sesgo crítico que versa en su desarrollo. Finlandia es un país con un buen pasar económico social, basado en un estado de bienestar y una organización inexorable respecto de sus leyes. El orden (exageradísimo orden), las formalidades y la seriedad resultan intocables. Sin embargo, tanta normalidad, tanto desplazamiento de energía para lo social no hace otra cosa que retumbar en el propio sujeto.  Por eso la taza altísima de suicidios, el problema con el alcohol y la violencia doméstica son problemas con los cuales diariamente conviven.

Priest to Evil (o si se prefiere en su propio dialecto "Harjunpää ja pahan pappi") por lo tanto, resulta un desorden dentro de tan uniforme estructura. La película apunta a mostrar el lado visceral de la violencia y del finlandés más radical. No creo lo logre con sumo entusiasmo, porque a medida que pasan los minutos se acomoda, se tranquiliza, pierde tacto crítico y se vuelve construible (obvio, con patrones categóricos conocidos, de ahí la posibilidad de toda falla, de todo "no poder entender bien que es ser un finés", salvo me lo occidentalice)

Llama poderosamente la atención que todos los policías parezcan más integrantes de una banda de trash metal que del cuerpo legal, además de su dureza y su klingoniano dialecto (el otro visto como raro- posición cotidiana de todo sujeto que habla y piensa desde acá)

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