jueves, 19 de noviembre de 2009

Este no es el fin del mundo


Primero: repetición. Un film que acostumbra estructuras no genera inquietud (ya hablar de estructuras para cierta estética es contraproducente) sino estereotipiza una temática bastante de moda como la venida de fin de mundo. No hay quiebre. Es más, el “Otro” no me es extraño.

Segundo: sequedad. No hay una movilización de mí. Un golpe desmesurado, con audacia, con fe. No hay extrañeza que provoque insalivación, que me doblegue a cuantos motivos, los que fueren (suspenso, acción, develamiento, etc.) y por el cual me aboque a un delirio de tipo alimenticio.

Tercero y último: desde un punto de vista del personaje, ilógico. Este no puede perdonarnos porque a lo largo de la trama la crisis que instauró nunca ha sido productiva. No puede perdonarnos porque “su” propia crisis es nula, vacía (no me digan la falsa sentimentalidad fría de la mujer y el niño). Improductividad desde el mismo film, que entra rápidamente en crisis.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Huir cuesta vida

  
Por alguna razón que desconozco (quizás la razón sartreana o tal vez derrideana o vine al mundo sólo por una expulsión del Paraíso) lo que muchos denominan "La Vida" en estos modernos líquidos tiempos, ha
estado merodeando en los zapatejemplo en el ámbito de la Literatura y sus juegos (Kundera a-otra-parte), la filosofía misma (Derrida, como dije), algunos rincones de esa música nuestra que por las noches desespera. El cine mismo. Déjame entrar.

El Ser en su centro ahogandose, tratando de desbordar por los poros la libertad de uno mismo a otra parte, sabiendo (quién sabe por qué) que este espacio que me ha sido delimitado, estructurado, heredado, no es le mío.

Mi espacio está en la sin frontera, en el fantasma, en la explosión que me arroja, en fin, en huir de acá.


Los niños de este film no han nacido para estar acá. Sólo el corrimiento, sólo la dipersión los llama por su nombre, les acentúa su nacionalidad, les presenta un beso sanguinolento en una noche de colmillos, les susurra un anhelo.


Para Eli (y esto parece demostrarnos la cámara fría de Alfredson) morder, retornar al cuello, no es un gesto desencadenado por su condición vampirezca; no es una necesidad, en sentido de supervivencia, sino más bien es una vuelta al Logos que la denomina, al oscuro monstruo que no puede manejar y apenas conoce. En fin, es la vuelta al Ser, al centro, a su mismidad que algunas masas intelectuales podrían ejecutar bajo el concepto de "moi".

¿Cómo definirlo? ¿Cómo escapar de él si por él me determino (tal vez), me soy? Eso es contra lo que Eli batalla, trata de huir o en otras palabras, de no ser, de tachar el verbo, de no impregnarse de su misma mismidad... pero huir, al fin y al cabo, es un desafío que aunque contradictorio, implica Vida. No Ser en el concepto de vida es por lo que lucha Eli pero también Oskar. Niños que huyen a encontrar la vida, a borrar los extremos, a dispersarse, siempre en otra parte, en otra parte .