viernes, 28 de mayo de 2010

Memoria de un pueblo

Memoria del saqueo(2004); La dignidad de los nadies(2005); Argentina Latente(2007)



Adorno y Horkheimer en la incertidumbre de entender cómo pudo haber existido Auschwitz, formulan quizá la pregunta capital en la historia del pensamiento contemporáneo:

“Lo que nos habíamos propuesto era nada menos que comprender por qué la humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, se hunde en un nuevo género de barbarie.”

Años muchos más tardes, en un contexto tanto de cultura y de situación bastante alejados (aunque esto es un tanto relativo), un pionero en materia de cine decide perder una beca de estudio en Europa para, con una cámara en mano, salir a registrar los acontecimientos del 2001 que por esos momentos estaban aquejando a los argentinos. De aquí en más, un registro intenso y cuantitativo lo lleva a dividir en tres partes y en secuenciar una trilogía desmitificadora sobre las políticas neoliberales impuestas en los 90 por los gobiernos del tan amigable Carlos Menem.

En su carta a los espectadores, Pino Solanas, nos ubica el germen de su acontecer cinematográfico:

“…cómo es posible que en un país tan rico la pobreza y el hambre alcanzara tal magnitud?” “¿Cómo fue posible que en el granero del mundo se padeciera hambre?”


En todo momento de crisis, en una civilización que te está siendo vendida como la forma más lógica de vida, una pregunta es necesaria: ¿Cómo es posible?
Esta es la vuelta a un ejercicio desnaturalizador que no cree en ahistoricismo ni en entidades abstractas creadas por alguna forma divina. Todo es por algún producto. Lo interesante es hurgar en el meollo de la cuestión y desenmascarar lo oculto.
Solanas replantea, saca del ropero el poder inmenso del pueblo. Hay una vuelta a la afirmación de lo que como pueblo argentino podemos, y que aun no ha muerto. La argentinidad no creo venga por la construcción de algún partido político. La Argentina, la Argentinidad, los Argentinos son conceptos que van más allá de de cualquier partido político. Y eso lo demuestra el cansancio de una sociedad, el fin de la tolerancia que en algún momento llega con respecto a la institución política.
El “cómo es posible” debe responderse saliendo a la calle. Que mitad del país haya sido vendido a empresas extranjeras que hoy dominan nuestro mercado, que nos imponen sus condiciones y modelos de vida, no es producto de una situación acaecida en el momento. Tiene que ver con un proceso histórico, genealógico, que determinan hechos. La caída de un presidente, su huida cobarde, no se da solamente en el contexto del 2001. Se da muchos antes.

Es aquí donde el cine como práctica significativa debe salir a la calle. Son las caídas de los argumentos teóricos, de todo bagaje científico. El cine sale, mira, recorta, aguijonea, produce una herida en el centro de la disputa. Si el cine sería un simple ejercicio de entretenimiento, de estetización política, no hubiera sido censurado o sacado de cartelera en ciertas dictaduras. El cine muerde. Recuerdo a Derrida diciendo que en momentos de crisis estructural, la deconstrucción (su enfoque teórico) debía mostrar su costado pragmático. Son los momentos en que pienso en un cine social, lo que Benjamin llama su politización. Para Godard el cine es el arte que mejor refleja la sociedad, sirve como vehículo para la reflexión de la misma. Por esta razón, y por tratarse de un instrumento de gran poder, conlleva una responsabilidad. De utilizarlo bien.

Godard no entendía como en una situación deshumanizante como Auschwitz no existió un cine comprometido y sí un cine tonto y consumista.

Al menos, nosotros tuvimos un Solanas…

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