viernes, 13 de abril de 2012

Líbano de todo mal.



Casi toda la película transcurre dentro de un tanque… jóvenes impersonales, asustados, claustrofóbicos, se guían bajo las órdenes de los que pelean a mano armadas, en la guerra del Líbano del 82. Hay un sometimiento constante a la imagen del héroe que estamos acostumbrados.  Hay pánico de encierro, de muerte en el ahogamiento.

Líbano no es otra cosa que el relato del miedo, miedo de soldado en todas partes. Pero es un miedo que ha transgredido el límite (¿cuáles son los límites?) para resbalar acentuadamente en la crítica periodística y en el miedo de los propios israelitas (marca en el propio espacio de gestación). Se dice que impactó seriamente en los futuros enrolamientos de jóvenes en el ejército. Por eso su implicancia en otros niveles. De ahí la recurrente problematización de plantearse dónde empieza y termina el Cine.

Pero la película se ahoga fácilmente, para concluir en un desastre poético, casi inverosímil.

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