En Air Doll hay algo que es muy cierto. Somos sustitutos de “todos”
porque “todos” nos hemos convertido en mercancía. Todos somos intercambiables
con cualquier objeto.
Pasamos de reciclaje en reciclaje y aun esperamos que alguien
nos encuentre y nos haga únicos, incambiables. Pero la felicidad es desleal.
Tiende al desarrollo. A los nuevos encuentros y a los nuevos valores de cambio.
Que una muñeca inflable sea un fetiche significa que ahí hay
un objeto al que le depositamos nuestros deseos, nuestras vivencias. Kore-eda, director
del film, sabe muy bien a lo que se atenía. Ser objeto de desmesura por parte
de los críticos que reniegan del lenguaje diciendo ser desleal con el lenguaje, en el que no se ubicó, con adecuada intención
el objeto significado. El sustituto adecuado.
Yo me permito otra línea de análisis. Kore-eda no propuso
una linealidad, una sustitución perfecta. Propuso la intención humana de ser
feliz, que no es lineal ni perfecta, y que ni el mercado, aun, no la puede
boicotear. La intención de poder encontrar, aunque sea en un grano de arroz o
en una muñeca inflable (degenerada, sexual, pornográfica por la episteme de un
mercado humano) el rasgo, el retazo que nos identifique y que nos permita
seguir un poquito más, aunque cueste, hacia delante.
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