Creo que no es otra cosa que el retrato estético del horror.
Jugar a ser ingenioso en el decurso de un momento asfixiante, apelar al tono
melodramático de una situación hipotética. En todos los sentidos, la abyección
se recubre, se mitomaniza. Por ejemplo en los cuadros finales, la madre
llorando bajo el yugo de la reja electrificada en un contrapicado sucio de
creída audacia moral; la cámara que enfoca y se va alejando dejando en el plano
general la metonimia evidente de lo inevitable y ya imaginado, retratando en su
alejamiento la muerte bajo la presencia instigadora de los “piyamas”; la boca
abierta del padre, quien entiende antes que nadie lo que significan las literas
desoladas del “campamento”.
Es creer en el karma de la maldad. En suponer una venganza,
una paradoja de lo macabro.
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