Es algo que escapa al preconcepto el ver una película
finlandesa, dado que es un cine alejado de toda nuestra recepción cotidiana,
por lo tanto, el verla supuso una novedad. Sin embargo, no hay nada que la
aleje de lo frecuente (eso que construye). Vemos un detective que
persigue una venganza, un asesino en serie con ínfulas pseudoreligiosas, una
excusa (es decir, "los que caen en el meollo de la trama, los que provocan
que la historia se desarrolle"), una moraleja: esquema básico, no hay
dudas.
Sí me parece más interesante, por su parte, el
sesgo crítico que versa en su desarrollo. Finlandia es un país con un buen
pasar económico social, basado en un estado de bienestar y una organización
inexorable respecto de sus leyes. El orden (exageradísimo orden), las
formalidades y la seriedad resultan intocables. Sin embargo, tanta
normalidad, tanto desplazamiento de energía para lo social no hace otra cosa
que retumbar en el propio sujeto. Por eso la taza altísima de suicidios,
el problema con el alcohol y la violencia doméstica son problemas con los
cuales diariamente conviven.
Priest to Evil (o si se prefiere en su propio dialecto
"Harjunpää ja pahan pappi") por lo tanto, resulta un desorden dentro
de tan uniforme estructura. La película apunta a mostrar el lado visceral de la
violencia y del finlandés más radical. No creo lo logre con sumo entusiasmo,
porque a medida que pasan los minutos se acomoda, se tranquiliza, pierde tacto
crítico y se vuelve construible (obvio, con patrones categóricos conocidos, de
ahí la posibilidad de toda falla, de todo "no poder entender bien que es
ser un finés", salvo me lo occidentalice)
Llama poderosamente la atención que todos los policías
parezcan más integrantes de una banda de trash metal que del cuerpo legal,
además de su dureza y su klingoniano dialecto (el otro visto como raro-
posición cotidiana de todo sujeto que habla y piensa desde acá)
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