lunes, 31 de diciembre de 2012

Ojalá. Ser o no ser. Ojalá




soñé un día
tu medida

tu borde sombreé lo hice de mí la joya más personal y te dejé ir
eras una hoja
un almanaque de cumpleaños un perro que charla sigilosamente con su conciencia
elemento del ser humano hasta el más perdido

pero un buen día llegabas de tanto futuro que supe
borrabas los hijos las planteras en las ventanas lectura de Joyce los domingos a la mañana los días que no podía abrir los ojos
borrabas
la caricia que te di el día que compraste los vestidos de las nenas
la risa que soltabas para callar al hombre de la otra mesa que borracho interrumpía mis discusiones literarias
la vez que discutimos por esas copas de más que prometí no beber
las facturas de todas las mañanas tempranito en invierno
las charlas en las noches de nuestra ancianidad
y tu tesis doctoral

borrabas
y reías de susto
porque eras cruelmente feliz sin una noticia mía

entonces me supe un espacio mecanografiado un arco de flechas tibio de soledad
tuve tanto miedo de no mirarte que recorría mis sanguinarias diatribas con infinita lágrima
lloré eso que no me atrevo a decir por temor interno
y tuve hambre de tus costados
tuve sensaciones de arrodillarme en tu lengua perder la cabeza para siempre
rodar en vos sí eternamente

te llamé al instante sucedida mis nauseas
tu voz se permitía incrédula
noté la derrota

cuando desperté todos los días estabas besando mis libros
mis películas

ella aun está
sí lo sos


ANÓNIMO



Ciertos momentos son extraños para escribir. Depende de la soledad o de los miedos de las personas, del horario, del día, de la situación.

Momentos como estos necesitan de una risa. Por eso esta película. Porque en ella radica la oportunidad del humor en un tiempo y momento imposible.
“Ser o no ser” se vuelve una paradoja. Cuando el personaje lo menciona, y el otro se levanta, es un momento muy íntimo, pero perdido. Una lástima…

martes, 4 de diciembre de 2012

Madre, soy un tonto.

  
"La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta:
 lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso.
Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso,
 pues ellos son los que pasan al otro lado."
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra.


En Turín, el 3 de enero de 1889, Friedrich Nietzsche salió de su casa en el número 6 de la Vía Carlo Alberto, tal vez para caminar, tal vez para ir a la oficina de correos a buscar su correspondencia.
No muy lejos, o en realidad muy poco lejos de él, un cochero tenía problemas con su caballo que se había empacado.
A pesar de todos sus esfuerzos, el caballo se negó a moverse, después de que el cochero -¿Giuseppe? ¿Carlo? ¿Ettore?- perdió la paciencia y tomó el látigo. Nietzsche se abrió paso entre la multitud y puso fin a la brutal escena del cochero, que a esas alturas echaba espuma con rabia.
El sólidamente construido y bigotudo Nietzsche sube, de repente, al coche y echa sus brazos alrededor del cuello del caballo, sollozando.
Un vecino lo llevó a su casa, donde se tiende, tranquilo y silencioso, en el sofá durante dos días hasta que murmura inarticuladamente sus últimas palabras, después de las cuales quedó mudo: "Madre, soy un tonto".
Y vivió otros diez años, sereno y alienado, al cuidado de su madre y de sus hermanas.

Del caballo no sabemos nada.

Ésta pudo ser una posibilidad.

Muestra el minúsculo punto que somos en la nube de polvo de nuestros días, en la inanidad del hombre, que es su barbaridad plena y su propio apocalipsis.

Es el viento que impedirá recorrer el camino, la oscuridad que se aproxima en medio de la nada, que al fin de cuenta, es lo mismo.

Podemos oírlos en el andar a tientas en su camino a la cama.
Podemos oírlos acostarse y colocar las mantas sobre ellos.
Podemos oírlos respirar. Sólo su respiración.
Hay un silencio de muerte afuera. La tormenta remitió.
Tal silencio mortal reina también en la casa.

Es mentira. Sufrimos la misma consecuencia. Afuera el viento es similar... y llueve.