miércoles, 7 de julio de 2010

La última cena


En este exceso del banquete (sarcasmo asqueroso de cuanta cena, almuerzo, desayuno, etc. se imagine cada uno)  la única ley que rige es la de comer. Ni siquiera el sexo es importante. Incluso Phillipe, el abogado, olvida las normas del buen vivir propias de su profesión y al que se ajustan todas las sociedades “civilizadas”, en pos de saturarse hasta reventar, saturar el cuerpo.

¿Qué motivo los lleva a estos señores a semejante desperdicio? ¿Qué genio puede imaginar una orgía culinaria que tenga entre ojos la muerte? ¿Y por qué hasta la muerte?
Más allá de que se piense en una crítica a los desenfrenos de la burguesía, es importante recordar que se trata también de una imagen grotesca del derroche del hombre en general.

No se si tuvieron la oportunidad de leer “El Satiricón” de Petronio y recuerdan esa cena también famosa de Trimalción (que adaptó a su fiel sello el prepotente y genial Fellini) donde la vulgaridad, la desmesura y el asco, pareciera, son percibidas únicamente por el lector. Los demás personajes rodean las escenas con un descompromiso ético fuerte, como si fuera común determinadas acciones. En “La gran comilona” sucede lo mismo a medias. No sólo nosotros vomitamos la gula de imágenes de esos hombres que a cada rato justifican sus existencias engullendo comida, o rodeamos repletos de asquerosidad la casa en la que se internaron, ya sea en el baño o en la cocina; sino además lo hacen aquellos personajes que no ingresan en el círculo reducido de su inexplicable vida, como por ejemplo, las prostitutas. Pocos, parece, tienen esos valores simbólicos necesarios (o el apetito) para ingresar a su selecto modo de vida, como esa extravagante profesora que hace caso al título en español de la película.

Genial modo de entender la burguesía en su auge la de este cineasta, Marco Ferreri pero a la luz de la actualidad un tanto obsoleta. Aun los burgueses siguen su festín, no se han empachado con sus excesos ni muchos menos han explotado por su propia lujuria.
 
Ferrari, con un gesto profundo, sobre la mesa, nos muestra que los vicios del ser humano aparecen también cuando se come mucho.


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