Primero: repetición. Un film que acostumbra estructuras no genera inquietud (ya hablar de estructuras para cierta estética es contraproducente) sino estereotipiza una temática bastante de moda como la venida de fin de mundo. No hay quiebre. Es más, el “Otro” no me es extraño.
Segundo: sequedad. No hay una movilización de mí. Un golpe desmesurado, con audacia, con fe. No hay extrañeza que provoque insalivación, que me doblegue a cuantos motivos, los que fueren (suspenso, acción, develamiento, etc.) y por el cual me aboque a un delirio de tipo alimenticio.
Tercero y último: desde un punto de vista del personaje, ilógico. Este no puede perdonarnos porque a lo largo de la trama la crisis que instauró nunca ha sido productiva. No puede perdonarnos porque “su” propia crisis es nula, vacía (no me digan la falsa sentimentalidad fría de la mujer y el niño). Improductividad desde el mismo film, que entra rápidamente en crisis.
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